Me despierto pronto después de soportar el ruido con el que Olaf decide darme los buenos días... Caja arriba, caja abajo, no para hasta que me levanto. Son las nueve... El sol brilla, tengo hambre, sueño y legañas. Ayer en la plaza de al lado que tenían una "fórmula desayuno"; café, zumo, croissant (me niego a escribirlo a la española) y pan con mantequilla y mermelada: 4,50 por persona... Y es que me estoy dando cuenta de que los franceses pueden ser extremadamente moderados con los precios, o viceversa... Todavía no les he pillado ese punto medio que supongo existe.
Después del café al sol, decido volver a casa y deshacer un par de cajas. Empiezo por mi bolso (el marrón que mi padre adora, jajajaja), porque pesa un quintal. Lo primero que saco es un marco que Iñaki me dejó el último día encima de la cama. En él hay fotos de las cuatro Másqueperras (el susodicho, lo Ana, la Ana y Juan)... Y como no me gusta un drama, se me llenan los ojos de lágrimas, porque les echo rabiosamente de menos... Es lo que tiene ser familia. En el momento en el que se me va a caer el lagrimón, me acuerdo de la excelsa loca de mierda y suelto en alto: "me quise hasser la revolussionaria y me vine a Franssia; me cago en mí misma por querer cambiar". Y en vez de llorar, se me dibuja una buena sonrisa en la cara y pienso que la vida es, a veces, maravillosa.
Desequilibrado, yo? Qué va, para nada.
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